Antes de nada, y si hace falta, aclaro en mayúsculas y negrita: Este texto no pretende hacer daño a nadie, solo sumar un granito de arena para que el kite no sea, en efecto, la crónica de una muerte anunciada. Ojalá nadie me vete de eventos por querer ayudar, nunca se sabe, así que esto también podría ser mi propia crónica. Me llamo Julia Castro (se pronuncia Yulia). Soy kitesurfista profesional de una isla en medio del Atlántico llamada Fuerteventura y, a la vez, la «navaja suiza» de los eventos deportivos: presento, llevo redes, grabo, edito, vuelo drones, lo que toque. Hoy vengo a contarte la crónica de lo que puede ser el final del kite en los Juegos Olímpicos, a menos que se hagan cambios. La vela siempre ha sido complicada: demasiados barcos, nombres raros, poca accesibilidad y escaso apoyo político. Y eso a pesar de que es uno de los deportes más bonitos e increíbles del mundo (dicho por la universidad de la vida universal). El kite entró en los JJOO como Formula Kite, buscando atraer a más gente, pero el resultado ha sido justo lo contrario. El formato actual usa tablas con foil y cometas tipo parapente, nada que ver con lo que ves en la playa. ¿El problema? Para empezar, casi no hay escuelas que enseñen con este material; o aprendes con un olímpico, o nada. Segundo, la cometa si cae al agua, no flota, así que necesitas apoyo logístico (caro). Tercero, el material es carísimo y dura poco. ¿Soluciones? Dejar de inventar y volver a las cometas hinchables de toda la vida, las que usamos todos en la playa. Mantén el foil y la tabla, pero cambia solo la cometa. Sí, necesitaríamos más viento, pero es preferible perder velocidad a perder el kite olímpico. Admitir errores no es fácil, pero es de valientes. Si existe la mínima posibilidad de convencer al COI para este pequeño cambio, ¿por qué no intentarlo?
Más...
Más...