<r>Mientras navegaba en la Nao Victoria entre 2004 y 2006, Pablo Torres se decidió a participar en la Mini Transat, una regata transatlántica en solitario para veleros de apenas 6,50 metros de eslora. Al final se decantó por construir un prototipo con sus propias manos y en 2008 el barco comenzó, poco a poco, a tomar forma entre Valencia y Sevilla. Ya a finales de 2011, El Bicho, como fue bautizado el velero, fue botado en Cádiz. El proyecto era una realidad a la espera de zarpar en octubre de 2013.
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El primer paso para formar parte de la flota de la Mini Transat era competir en marzo en la regata clasificatoria Mini Golfe en La Grand Motte (Francia), aunque una serie de contratiempos le impidieron a El Bicho pasar el control de medición. Torres no se vino abajo e hizo una lectura positiva, ya que con unos pequeños reajustes a bordo, el barco estaría listo para medirse al resto de rivales. El navegante e ingeniero naval andaluz ya había puesto el punto de mira en Génova, donde se disputaba esta semana la siguiente regata de Mini 650.
El Bicho, navegando. | P. Torres
Sin embargo, El Bicho nunca llegó. A unas 100 millas de Marsella (Francia), durante el transporte de la embarcación, el casco sufrió una vía de agua y empezó a hundirse. A través de las redes sociales, Pablo Torres ha relatado cómo vivió a bordo el fin del sueño que ha estado persiguiendo durante años. A continuación un resumen de lo sucedido. Es la crónica de un naufragio en primera persona:
Y el sueño se escapó por una vía de agua
Salimos de la Grande Motte el día 6 a las 20.00 horas con Julio Ruiz. Viento flojo del noroeste, a favor y muy tranquilos. Rápidamente se hizo de noche. Julio iba al timón y yo seguía montando cosas. A las 22.00 horas, Julio hizo unos pedazos de bocatas más grandes que la madre que los parió, nos los zampamos rápidamente. Primer error.
La cosa fue subiendo. Me metí dentro, todavía olía un poco a la resina del cajón nuevo de la obrita que hice en la Grande Motte para la medición de la regata de Génova. Salí mareado. Eché la pota por sotavento y ya estaba tocado, físicamente por el mareo y mentalmente por el mesecito tan bueno que me he pegado solo en Francia.
"Julio, me voy a echar un rato a ver si se me pasa". Empieza a subir el viento, se pone duro. Salgo tocado a la cubierta, intento montar los rizos para tomar uno o dos pero no tengo fuerzas; bajo la mayor entera y navegamos sólo con génova. La cosa se tranquiliza y el barco va rápido. Sigo potando, Julio también.
"Julio, me voy a echar un rato". No consigo pegar ojo, salgo a las dos horas, fumekon del 15: 30 o 35 nudos y 'olacas' grandes, no sé los metros pero había mucha mar.
Le hago el relevo. Vamos a 12 nudos de velocidad sólo con el foque pequeño, vamos como una moto. Noche estrellada, El Bicho volando, disfrutando de la navegación.
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Pablo Torres. | P.T.
A las 04.00 horas, a la altura de Hyerès (Francia), se rompe la cogida del timón de estribor, la de arriba y salta el laminado.
"¡Julio!". Sube y trinca la caña, yo me pongo a amarrar como puedo el tinglado y a bajar el foque porque me da miedo que arranque la cogida de abajo en el espejo de popa más vía de agua.
Pota y a la deriva. Amarramos el timón y a ver si pasa el fumeke al amanecer para acercarnos a algún puerto. Mientras tanto, con el movimiento de las olas 'peta' el otro timón por el mismo sitio. Ya estamos jodidos y además mareados.
A las 08.00 horas del día siguiente, seguimos igual: a la deriva, fumeke y maretón. Yo estoy muerto, no puedo ni moverme. Julio casi que también, pero aguanta el tipo.
Lanzamos radiobaliza. Viene un mercante, lanzamos un cohete y una bengala para que nos vea. Contactamos con ellos por VHF y hace de intermediario con salvamento marítimo francés.
Nos dicen que hay dos opciones: helicóptero ipso facto y nos salvan a los dos o, la otra posibilidad, barco y remolque, pero hay muy mala mar.
No quiero abandonar el barco, así que esperamos desde las 08.00 hasta las 18.00 horas. Mientras tanto, el primer mercante se va y aparece otro que se queda con nosotros mientras llega la lancha. A todo esto pota, pota y más pota.
Llega la lancha, bomberos de Marsella. Por lo visto hemos derivado hasta 30 millas de la ciudad francesa, en el quinto pino. Se tiran dos al agua, sube uno a bordo, conseguimos desmontar una pala... Al final, determina que no se puede remolcar porque hay mucha mar. Yo no tengo fuerzas para decirle que un carajo. Ya en tierra, cogemos un hotel. Ducha, cena, pensar qué hacemos al día siguiente y a descansar.
Hundimiento. | P. Torres
Día siguiente (día 8). Alquilamos una lancha con 200 caballos, llamamos al centro de salvamento para que nos digan la posición del barco por medio de la radiobaliza que dejé encendida y amarrada al barco y salimos cagando leches a por el barco.
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En mitad de la travesía, aparece un avión que nos ayuda a buscarlo, hace un movimiento lateral: followme.
Lo encontramos a 45 millas de Marsella. No deriva con el viento sino con la corriente. Está semihundido, el francobordo está sumergido, flota aún por las reservas de flotabilidad que tiene.
Me pongo el traje y me tiro al agua, el mar está más en calma que el día anterior. Le metemos un cabo en proa a ver si remolcando un poco podemos desaguarlo, nada; lo volcamos y nada. Achicarlo es imposible, achicaríamos el Mediterráneo. Solución: balones de aire, pero, lógicamente, no tenemos.
Volvemos a Marsella justos de gasolina. Tres horas de vuelta. Lo doy por perdido. Los colegas más íntimos de dicen que busquemos solución. Estoy agotado.
Hemos decidido abandonarlo
El corazón me decía que había que salir a buscarlo, como sea, buscar los medios, las formas y los materiales para el rescate. He estado hablando con gente sobre la posibilidad de inflarlo con balizas; está complicado, quizás no aguantaría la presión y la bomba para el inflado (12 voltios) no sería suficiente.
El barco se encuentra a unas 60 millas, casi 110 kilómetros. Daban para hoy maretón y algo más de viento que ayer. El corazón me dice que eso son cosas fáciles de superar: un par de llamadas y de nuevo los huevos para ir al quinto pino a buscar el barco.
La cabeza me decía otra cosa. Condiciones peligrosas, el rescate no es tan fácil. Las boyas no me garantizan que pueda sacarlo, lo de la bomba no es suficiente porque el barco esta totalmente sumergido, achicaríamos el Mediterráneo. Remolcando lo intentamos ayer y nada, tenía tendencia a clavar la proa e irse más a pique. Volcarlo no servía de nada, la escotilla seguía sumergida, tapando las vías o la ranura de la caja de orza tampoco porque esta totalmente sumergido. Única solución, balones y aire. Pero balones de verdad, fuertes sin riesgo de rotura.
Pienso que es una operación bastante arriesgada, si nos quedamos tirados con la lancha, de nuevo marrón. He elegido en estos momentos la opción de la cordura, otra 'machada' podría costar caro en esta ocasión, no estoy dispuesto a arriesgar mi vida y la de amigos por un siniestro total.
Como ha dicho algún amigo, esto no es el final, sino una nueva etapa. Se avecina El Bicho II. Ya veremos como lo hacemos, pero una cosa sí es verdad: estos años de aprendizaje no se han hundido en el Golfo de León, tampoco la ilusión ni las ganas de seguir.
Aprendo de lo sucedido. He cometido muchos errores durante el diseño, la construcción y la navegación, creo que es la mejor manera de aprender bien algo. Quizás nazca algo nuevo evolucionado, mejorado, con más recursos, con mejores contactos, con mas solera y sobre todo, con mas cojones.</r>
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El primer paso para formar parte de la flota de la Mini Transat era competir en marzo en la regata clasificatoria Mini Golfe en La Grand Motte (Francia), aunque una serie de contratiempos le impidieron a El Bicho pasar el control de medición. Torres no se vino abajo e hizo una lectura positiva, ya que con unos pequeños reajustes a bordo, el barco estaría listo para medirse al resto de rivales. El navegante e ingeniero naval andaluz ya había puesto el punto de mira en Génova, donde se disputaba esta semana la siguiente regata de Mini 650.
El Bicho, navegando. | P. Torres
Sin embargo, El Bicho nunca llegó. A unas 100 millas de Marsella (Francia), durante el transporte de la embarcación, el casco sufrió una vía de agua y empezó a hundirse. A través de las redes sociales, Pablo Torres ha relatado cómo vivió a bordo el fin del sueño que ha estado persiguiendo durante años. A continuación un resumen de lo sucedido. Es la crónica de un naufragio en primera persona:
Y el sueño se escapó por una vía de agua
Salimos de la Grande Motte el día 6 a las 20.00 horas con Julio Ruiz. Viento flojo del noroeste, a favor y muy tranquilos. Rápidamente se hizo de noche. Julio iba al timón y yo seguía montando cosas. A las 22.00 horas, Julio hizo unos pedazos de bocatas más grandes que la madre que los parió, nos los zampamos rápidamente. Primer error.
La cosa fue subiendo. Me metí dentro, todavía olía un poco a la resina del cajón nuevo de la obrita que hice en la Grande Motte para la medición de la regata de Génova. Salí mareado. Eché la pota por sotavento y ya estaba tocado, físicamente por el mareo y mentalmente por el mesecito tan bueno que me he pegado solo en Francia.
"Julio, me voy a echar un rato a ver si se me pasa". Empieza a subir el viento, se pone duro. Salgo tocado a la cubierta, intento montar los rizos para tomar uno o dos pero no tengo fuerzas; bajo la mayor entera y navegamos sólo con génova. La cosa se tranquiliza y el barco va rápido. Sigo potando, Julio también.
"Julio, me voy a echar un rato". No consigo pegar ojo, salgo a las dos horas, fumekon del 15: 30 o 35 nudos y 'olacas' grandes, no sé los metros pero había mucha mar.
Le hago el relevo. Vamos a 12 nudos de velocidad sólo con el foque pequeño, vamos como una moto. Noche estrellada, El Bicho volando, disfrutando de la navegación.
<s></e></IMG>
Pablo Torres. | P.T.
A las 04.00 horas, a la altura de Hyerès (Francia), se rompe la cogida del timón de estribor, la de arriba y salta el laminado.
"¡Julio!". Sube y trinca la caña, yo me pongo a amarrar como puedo el tinglado y a bajar el foque porque me da miedo que arranque la cogida de abajo en el espejo de popa más vía de agua.
Pota y a la deriva. Amarramos el timón y a ver si pasa el fumeke al amanecer para acercarnos a algún puerto. Mientras tanto, con el movimiento de las olas 'peta' el otro timón por el mismo sitio. Ya estamos jodidos y además mareados.
A las 08.00 horas del día siguiente, seguimos igual: a la deriva, fumeke y maretón. Yo estoy muerto, no puedo ni moverme. Julio casi que también, pero aguanta el tipo.
Lanzamos radiobaliza. Viene un mercante, lanzamos un cohete y una bengala para que nos vea. Contactamos con ellos por VHF y hace de intermediario con salvamento marítimo francés.
Nos dicen que hay dos opciones: helicóptero ipso facto y nos salvan a los dos o, la otra posibilidad, barco y remolque, pero hay muy mala mar.
No quiero abandonar el barco, así que esperamos desde las 08.00 hasta las 18.00 horas. Mientras tanto, el primer mercante se va y aparece otro que se queda con nosotros mientras llega la lancha. A todo esto pota, pota y más pota.
Llega la lancha, bomberos de Marsella. Por lo visto hemos derivado hasta 30 millas de la ciudad francesa, en el quinto pino. Se tiran dos al agua, sube uno a bordo, conseguimos desmontar una pala... Al final, determina que no se puede remolcar porque hay mucha mar. Yo no tengo fuerzas para decirle que un carajo. Ya en tierra, cogemos un hotel. Ducha, cena, pensar qué hacemos al día siguiente y a descansar.
Hundimiento. | P. Torres
Día siguiente (día 8). Alquilamos una lancha con 200 caballos, llamamos al centro de salvamento para que nos digan la posición del barco por medio de la radiobaliza que dejé encendida y amarrada al barco y salimos cagando leches a por el barco.
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En mitad de la travesía, aparece un avión que nos ayuda a buscarlo, hace un movimiento lateral: followme.
Lo encontramos a 45 millas de Marsella. No deriva con el viento sino con la corriente. Está semihundido, el francobordo está sumergido, flota aún por las reservas de flotabilidad que tiene.
Me pongo el traje y me tiro al agua, el mar está más en calma que el día anterior. Le metemos un cabo en proa a ver si remolcando un poco podemos desaguarlo, nada; lo volcamos y nada. Achicarlo es imposible, achicaríamos el Mediterráneo. Solución: balones de aire, pero, lógicamente, no tenemos.
Volvemos a Marsella justos de gasolina. Tres horas de vuelta. Lo doy por perdido. Los colegas más íntimos de dicen que busquemos solución. Estoy agotado.
Hemos decidido abandonarlo
El corazón me decía que había que salir a buscarlo, como sea, buscar los medios, las formas y los materiales para el rescate. He estado hablando con gente sobre la posibilidad de inflarlo con balizas; está complicado, quizás no aguantaría la presión y la bomba para el inflado (12 voltios) no sería suficiente.
El barco se encuentra a unas 60 millas, casi 110 kilómetros. Daban para hoy maretón y algo más de viento que ayer. El corazón me dice que eso son cosas fáciles de superar: un par de llamadas y de nuevo los huevos para ir al quinto pino a buscar el barco.
La cabeza me decía otra cosa. Condiciones peligrosas, el rescate no es tan fácil. Las boyas no me garantizan que pueda sacarlo, lo de la bomba no es suficiente porque el barco esta totalmente sumergido, achicaríamos el Mediterráneo. Remolcando lo intentamos ayer y nada, tenía tendencia a clavar la proa e irse más a pique. Volcarlo no servía de nada, la escotilla seguía sumergida, tapando las vías o la ranura de la caja de orza tampoco porque esta totalmente sumergido. Única solución, balones y aire. Pero balones de verdad, fuertes sin riesgo de rotura.
Pienso que es una operación bastante arriesgada, si nos quedamos tirados con la lancha, de nuevo marrón. He elegido en estos momentos la opción de la cordura, otra 'machada' podría costar caro en esta ocasión, no estoy dispuesto a arriesgar mi vida y la de amigos por un siniestro total.
Como ha dicho algún amigo, esto no es el final, sino una nueva etapa. Se avecina El Bicho II. Ya veremos como lo hacemos, pero una cosa sí es verdad: estos años de aprendizaje no se han hundido en el Golfo de León, tampoco la ilusión ni las ganas de seguir.
Aprendo de lo sucedido. He cometido muchos errores durante el diseño, la construcción y la navegación, creo que es la mejor manera de aprender bien algo. Quizás nazca algo nuevo evolucionado, mejorado, con más recursos, con mejores contactos, con mas solera y sobre todo, con mas cojones.</r>
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