Grises borrascas y amarillas manchas de sol formaban una cuadricula sobre los horizontes oceánicos. La Sirena, un queche de doce metros, subía y bajaba al compás del oleaje, levantando la popa con cada ola, para sumergirse luego en los profundos senos; una mota de madera y fibra de vidrio suspendida a más de cinco mil metros por encima del fondo del Atlántico.
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El cazador de barcos
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