Mi buen y querido amigo, José María Benavides, nuestro «Velas» se nos ha ido a navegar por los océanos celestiales. En esta columna voy a escribir desde el punto de vista del amigo que se ha ido y que por lo imprevisto me ha dejado jodido ya que desconocía que estuviera escacharrado como le gustaba comentar en situaciones de lesiones o enfermedades pasajeras. Conocí al «Velas» en mi estancia en Palamós, en la por aquel entonces incipiente Escuela Nacional de Velas, creada por Miguel Companys, unos de los buenos presidente que por aquel entonces tenía la RFEV, halla por los albores de los años 70 y desde entonces mantuvimos una buena y gran amistad, a pesar de los periodos de desconexión motivados por el deambular de la propia vida de cada uno. De su palmarés técnico deportivo, se ha escrito ya algo, pero poco, muy poco para los extraordinarios méritos y logros técnico/deportivos que guardaba su deambular por la vida. Sobre esto quiero resaltar que hemos sido solo unos pocos los que nos hemos atrevido a rendirle nuestro particular homenaje con unas palabras más dictadas por el corazón que por la objetividad periodística, pero en este caso merece la pena. Desde su larga estancia en Palamós donde creó a su familia, con Keka Gorostegui y nació su hija Mar, desde allí extendió su sabiduría tanto en la organización de una regata, como también en sus certeros análisis técnicos de los barcos olímpicos y hay que recordar que en aquellos años la informática al menos aquí en España estaba empezando a nacer y en el deporte de la vela ni existía, pues aun así y con estas circunstancias, sus conclusiones técnicas fueron los precursores y las herramientas que utilizo la vela olímpica española para la que fue su época dorada y que culminó con la explosión de medallas de los JJ OO de Barcelona 92 y que a pesar de los pesares continua. Cuando se vino a Cádiz a dirigir Mundo Vela 92, se refrescaron nuestras relaciones, ya que al vivir ambos en la misma ciudad, El Puerto de Santa María, y en la misma Urbanización, Santa María del Mar, y trabajar en el mismo organismo el Consorcio Mundo Vela 92, estábamos castigados a vernos cada día y bendito castigo este. Como ambos éramos de buen comer en nuestros días libres, recuerdo con satisfacción, una comida en su casa cuyo menú fue un queso de Cabrales recién llegado de Cantabria, una lata de 1 kilo, si digo bien 1 kilo de Caviar Beluga, que nos trajo el multicampeón olímpico ruso Valentín Mankin, y que nos zampamos, Keka, Ion, Valentín tu y yo, regados con un buen Vodka soviético y algún vinito de tu tierra vasca. Aunque los «mamarrachos» que dirigen la FEV, a la que tantos años de tu vida le dedicaste, no se hayan dignado a recordarte como tú te mereces, algunos de los tuyos, sí que lo hacemos.
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